Por: Mario Alejandro Rodríguez (alhejo@periodistas.com)
Como es costumbre en este país, caracterizado por la presencia de las más bajas pasiones, reprimidas en el interior de la mayoría de sus ciudadanos que están dominados por una profunda crisis social y económica, por temporadas y gracias al gran “boom” generado por los medios de comunicación sufre la “RESURRECIÓN” constante de una problemática presente en nuestro fútbol nacional, descubierta desde hace años pero sin la respuesta que merece; esta es la cultura de la violencia dentro y fuera de los escenarios deportivos.
Con el reciente incidente sucedido el pasado fin de semana en el Estadio El Campín de la ciudad de Bogotá, donde al ingreso al Coloso de la 57 el jugador del Deportivo Cali Juan Guillermo Domínguez fue herido de gravedad con una roca en su frente por un hincha del club de los Millonarios quedó nuevamente ante los de Colombia que la violencia y la ofensa entre las distintas hinchadas; incluso entre el mismo bando está consumiendo paulatinamente la paz y al armonía que durante años fue característica primordial de este bello deporte.
Muchos opinamos respecto a la situación y pocos proponen alternativas de solución en cómo se debería tratar esta cruda realidad que acaba con la tranquilidad del deportista al momento de ejercer su profesión, y que aleja cada día más a los aficionados de los estadios.
Pero cuando este “monstruo” se vuelve inocultable ante nuestros ojos, cuando se pasa de las ofensas verbales a las agresiones físicas y el ambiente torna una atmósfera hostil es en el momento en el que aparecen los pronunciamientos inoficiosos de los dirigentes del rentado nacional, como las recompensas repentinas ofrecidas por las Fuerzas policiales, todo por presión de los clubes grandes como el Cali, el afectado en esta ocasión.
En el caso de nuestra ciudad, Ibagué, han sido frecuentes y muy delicados los actos violentos en el Manuel Murillo Toro y en sus alrededores. Sin embargo, como el Deportes Tolima y la capital musical no representan los intereses económicos y sociales de una población importante (por lo menos en número), y como estas conductas no generaron heridos de consideración, ni muertos, pasan desapercibidas, y son revividas solamente en la memoria de los periodistas como soporte de los sucesos acontecidos en las grandes urbes.
Es verdaderamente grave que se espere a que el problema se haga insostenible en las esferas policiales para actuar de frente a el como se debe. Se deja al lado la prevención para referirnos sólo al momento, no se hacen grandes esfuerzos para controlar con eficacia a la multitud y hacer el intento de transformar dicha mentalidad bélica, sino se aguarda por sangre, por violencia para actuar. Siempre ha sido así y lo seguirá siendo mientras no cambiemos la forma de pensar y obrar frente a este tema.
Hasta el momento la ley 1270 de 2009, sancionada en el mees de enero va sol en intenciones positivas, porque en la práctica no es mucho lo que se ha realizado. Las autoridades alegan impedimentos para judicializar a la mayoría de violentos protagonistas de estas prácticas delictivas, debido a que en un alto porcentaje son menores de edad. ¿Qué hacer ante esto? ¿Reducir la mayoría de edad a los 16 años para poder individualizar a más gente? La respuesta parece ser positiva, aunque en muchos casos estos jóvenes responsables del vandalismo actúan conforme mandatos de los “capos” de las barras, que son mayores de edad que generalmente no se “untan las manos con el trabajo sucio”.
Considero que el meollo de todo esto consiste en saber cómo realmente es la vida de estos jóvenes. Cuál es su diario vivir y a qué tiene que recurrir para sobrevivir. Este tema es tan complejo que tratar de tocarlo en toda su dimensión aquí sería difícil. El problema aquí, mas allá del simple acto impulsivo, pasa por el quién tiene el poder, quién supera a quién y con qué medios, al precio que sea y demostrar al otro quién es el que “manda”. Ni la intención de hombres como el polémico “Pirry” en televisión (que además mostró el problema de forma parcializada), ni de estudiosos y conocedores sobre el tema, ni los diferentes encuentros celebrados entre cada una de las barras en pro de cambiar la realidad que nos aqueja ha sido útil.
Muchos nos cansamos de vivir esta caótica situación. De ver como en las afueras de los mamotretos de concreto y hierro, los jóvenes tratan de defender territorio a toda costa. Pero para nuestra desgracia, para lamento que quienes queremos que esto culmine como aconteció en Inglaterra, de todas partes del mundo nos siguen llegando los malos ejemplos, que incentivan aún más a estos vándalos. No obstante, la comparación con el país europeo resulta por demás ociosa, porque las diferencias de culturas, y de estado monetario son abismales.
La mía es solo una opinión entre un pajar de voces, sin la pretensión de que mi expresión sea una verdad absoluta. Solo es la voz de alguien que trata de denunciar cual es el problema, y donde puede haber fallas en su tratamiento. Como lo decía el académico Jesús Eduardo Vélez Mejía, Licenciado Educación Física. U de A. Colombia. en su trabajo “LA VIOLENCIA EN EL ESPECTÁCULO DEL FÚTBOL, UNA REALIDAD EN EL NUEVO CONTEXTO COLOMBIANO”:
-“El hincha de cojín y familia con niños en brazos, desaparece de las tribunas en los estadios Colombianos, dando paso al nuevo hincha del fútbol, ósea el joven de arete, pearcing, tatuaje, torso desnudo, esbeltez y colorido. El estadio se inunda de alegría, droga, alcohol, impunidad, saltos y gritos. El poder se convierte en lo esencial, y el respaldo al equipo se torna en lo más importante para la vida de muchos jóvenes que no teniendo nada importante en sus vidas, convierten a su equipo de fútbol, en su más preciado tesoro. Es decir, se fue creando una nueva identidad nacional, una cultura del fútbol espectáculo. La simbología cambio, y el imaginario individual y colectivo de los nuevos hinchas del fútbol plagaron todos los rincones del territorio nacional. La rivalidad entre las escuadras futboleras no se hizo esperar y la violencia al interior de los estadios se empezó a volver situación cotidiana”.
¿Esto es los que representa nuestras raíces futboleras? ¿Por qué nos dejamos invadir de malas prácticas extranjeras que solo han dejado muertes y más muertes? La globalización de las costumbres ha sido la responsable de esta acción. La inquietud es: ¿Hasta cuándo viviéremos esta enfermedad cansina que nos carcome la integridad de todos los actores del fútbol? Que el tiempo sea el encargado de darnos una respuesta, pero por el bien del espectáculo que la misma llegue muy pronto.